miércoles, 27 de abril de 2011

Tres de siete (V)

A la vez que saboreaba el último sorbo de café me pregunté qué habría tras esos balcones señoriales, aunque sobre todo, detrás de cuál estaría la chica. Pensé que Paula era un nombre perfecto para ella, tan menuda, tan frágil de aspecto. La imaginé cuidando de una abuelita menesterosa de compañía. Mientras disfrutaba de su voz entonando a la perfección un poema de Neruda, el autor favorito de la anciana, algo hizo chocar súbitamente la mesa contra la pared. Una gigantesca señora había tropezado con una de las patas. Lejos de disculparse, me dedicó una mirada poco afable y entró en el bar. Cuando el tintineo del menaje sobre la mesa calló volví a mis pensamientos.

Después de tres cafés, un vermut de grifo, una crema de calabacín, un escalope, dos cañas, un flan casero, un poleo, una copa de licor de hierbas, un té, una porción de tarta de manzana y dos gin-tonic, observé que la florista guardaba sus macetas y comencé a oír los cierres metálicos de los locales aledaños. Ni rastro de la chica. En lugar de su delicada carita, me despedí del lugar con la imagen del camarero complaciente diciéndome adiós desde la puerta. Abatido y con el abdomen a punto de explotar me marché a casa.

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