domingo, 31 de marzo de 2013

martes, 12 de marzo de 2013

Quid pro quo

Incarnation de Mark Ryden

Pobre, si he sentido alguna vez, en algún remoto lugar de la conciencia, la desaparición de Gerardo, ha sido por ella. Se murió sin conocer la situación del malnacido de su hijo. Pero no me toca a mí sufrir por ese asunto, es más, reconozco que siento cierto placer al recordar el momento, hace años ya, en que Consuelo me llamó para decirme que Gerardo no aparecía por su casa desde hacía días.

Aquella tarde me encontraba preparando un caldo con unas verduras y unos huesos que tenía guardados, cuando sonó el teléfono. Ya sé, Luci -me dijo la señora -  que mi hijo no ha sido un buen marido y lo siento de verdad, pero tienes que ayudarme a encontrarle. Tengo un mal presentimiento, esa gente con la que juega… Consuelo, tranquila, Gerardo es una persona muy impulsiva, respondí. Se habrá cansado de este ambiente y se habrá marchado a otra ciudad, quizás con alguna novia. Seguro que está bien, hazme caso, pero si en unas semanas no tienes noticias, habla con la policía y les cuentas con qué clase de gente trata, pero da un poco de tiempo, mujer. Así quedó. Yo volví a mis fogones.

Qué mágico olor el de los buenos caldos cuando se cocinan con gusto.  Me amodorró, me trasladó a los buenos tiempos, sentada en la banqueta con la espalda apoyada en el azulejo. Porque al principio viví mi particular comedia romántica, con su ternura y sus promesas de felicidad. Lástima de final abrupto.  Pero en aquel momento, en el calor de la cocina, ya no pensaba en las gruesas capas de maquillaje, ni en las excusas a los amigos, ni en los gritos ahogados adrede por eso del qué dirán, ni en que después de la separación fuera aún peor. Yo solo quería su descanso, su descanso sería también el mío.

Dos policías vinieron a casa una mañana, cercana la hora de comer. No me sorprendió, era de esperar que tarde o temprano me preguntaran por Gerardo. Me encontraron friendo croquetas. Fueron amables, yo también, y poco a poco llegamos a intercambiar cierta complicidad. Después de hablarles de los posibles paraderos de mi ex marido, me sentía en condiciones de ofrecerles unas croquetas recién hechas y un refresco. Elogiaron mi buena mano para lo cocina y minutos después  se marcharon agradeciendo mi amabilidad. Yo, sin embargo, estaba ya cansada de ellas. Los caldos y las croquetas habían sido mi único alimento desde hacía un mes, pero eso, ellos, no lo sabían.