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Incarnation de Mark Ryden |
Pobre, si he sentido alguna vez, en algún remoto lugar de la
conciencia, la desaparición de Gerardo, ha sido por ella. Se murió sin conocer
la situación del malnacido de su hijo. Pero no me toca a mí sufrir por ese
asunto, es más, reconozco que siento cierto placer al recordar el momento, hace
años ya, en que Consuelo me llamó para decirme que Gerardo no aparecía por su
casa desde hacía días.
Aquella tarde me encontraba preparando un caldo con unas
verduras y unos huesos que tenía guardados, cuando sonó el teléfono. Ya sé,
Luci -me dijo la señora - que mi hijo no
ha sido un buen marido y lo siento de verdad, pero tienes que ayudarme a encontrarle.
Tengo un mal presentimiento, esa gente con la que juega… Consuelo, tranquila, Gerardo
es una persona muy impulsiva, respondí. Se habrá cansado de este ambiente y se habrá
marchado a otra ciudad, quizás con alguna novia. Seguro que está bien, hazme
caso, pero si en unas semanas no tienes noticias, habla con la policía y les cuentas
con qué clase de gente trata, pero da un poco de tiempo, mujer. Así quedó. Yo
volví a mis fogones.
Qué mágico olor el de los buenos caldos cuando se cocinan
con gusto. Me amodorró, me trasladó a
los buenos tiempos, sentada en la banqueta con la espalda apoyada en el azulejo.
Porque al principio viví mi particular comedia romántica, con su ternura y sus
promesas de felicidad. Lástima de final abrupto. Pero en aquel momento, en el calor de la
cocina, ya no pensaba en las gruesas capas de maquillaje, ni en las excusas a
los amigos, ni en los gritos ahogados adrede por eso del qué dirán, ni en que
después de la separación fuera aún peor. Yo solo quería su descanso, su
descanso sería también el mío.
Dos policías vinieron a casa una mañana, cercana la hora de
comer. No me sorprendió, era de esperar que tarde o temprano me preguntaran por
Gerardo. Me encontraron friendo croquetas. Fueron amables, yo también, y poco a
poco llegamos a intercambiar cierta complicidad. Después de hablarles de los
posibles paraderos de mi ex marido, me sentía en condiciones de ofrecerles unas
croquetas recién hechas y un refresco. Elogiaron mi buena mano para lo cocina y
minutos después se marcharon
agradeciendo mi amabilidad. Yo, sin embargo, estaba ya cansada de ellas. Los
caldos y las croquetas habían sido mi único alimento desde hacía un mes, pero
eso, ellos, no lo sabían.
Me ha parecido una historia encantadora, ese descanso bien merece un caldo y unas croquetas,aunque tengas que comerlos durante un mes
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