miércoles, 15 de septiembre de 2010

Montura altazimutal

Dama acaba de llegar de la estación. Tengo algo para ti, dice mientras busca en la bolsa de viaje, es la lente de Barlow. Al principio creo que habla de una película de los años treinta. Más tarde, al abrir el envoltorio, compruebo que es un accesorio para el telescopio. Veo que tiene una montura altazimutal, digo mientras lo examino con atención. Dama lleva un vestido negro, corto. Cuando me siento en el taburete sus caderas quedan a mi altura. Huele a viaje y a sudor. El problema de una montura como esa es que ambos ejes tienen que ajustarse para compensar la rotación de la tierra, dice mientras se acerca al taburete. ¿Qué solución recomiendas?, pregunto. En ese momento se desprende del vestido, y su cuerpo, blanco y desnudo, queda muy cerca del mío. Joder con Barlow, digo entonces.

sábado, 6 de marzo de 2010

viernes, 5 de marzo de 2010

Últimas entradas.

Mientras Sako averigua la forma de dar de baja el engendro este (yo creo que no se puede dar de baja un blog, pero bueno), tenéis la última oportunidad de colgar algo.

jueves, 4 de marzo de 2010

Es una pena que se cierre un blog así, como también lo es el que parece que no se tiene tiempo ni interés en hacer algo más allá de lo cotidiano.................

viernes, 26 de febrero de 2010

lunes, 22 de febrero de 2010

PALABRAS 2

SI JUNTAS LAS PALABRAS QUE LLEGAN CON LAS QUE NO LLEGAN

Detrás del último no va nadie
Que me quedé esperando.
ven palabra, ven a mi
cuando miro por encima de mi hombro
el vacio sonrie.
Ven palabra, que nos vamos a entender
sé que estas ahi, no seas orgullosa.
Hoy no quiero ganar, no quiero perder
ven tonta, juguemos
no tengo todo el tiempo
o si.
Tengo cosas que hacer.
Me estan llamando y no vienes
cuando me canse de esperarte
cuando me haya ido
vendras y no habra nadie
te encontraras con el sitio.
Ya me diras una palabra sola
con los tiempos que corren.
Voy a contar hasta tres
Uno, Dos... es broma
te espero lo que haga falta
tómate tu tiempo.
Aqui estoy al borde de la nada
agarrado a la barandilla de todo.

miércoles, 17 de febrero de 2010

lunes, 8 de febrero de 2010

sábado, 6 de febrero de 2010

Palabras

A veces, las palabras no salen o no están. Las veo en las películas, en las novelas, proponiendo significados ocultos o mostrándose elocuentes. Las veo en las bocas ajenas sugiriendo una idea, desenvolviéndose con ingenio y ligereza. Las veo en las manos y en los gestos de otros haciendo gala de su concisión. Entonces siento celos y salgo a buscarlas, desesperado, temiendo que no regresen. Recorro las calles, los bares, entro en los cines, escucho y observo, camino como un vagabundo. Luego vuelvo a casa y aguardo su llegada, se suceden las horas, el insomnio y las noches en blanco, hasta que oigo sus pasos y vuelven a fluir como una bendición de los dioses. Me dicen entonces: ¿dónde estabas?, hay que volver al trabajo.

miércoles, 3 de febrero de 2010

martes, 2 de febrero de 2010

Volver

Cuando llegué supe que debía regresar. No sé si fue esa mujer que caminaba con muletas o aquel hombre que balanceaba un palillo entre los dientes. Tal vez, fue la postura cómoda y desafiante de sus piernas. O el movimiento frágil de la anciana. Quizá, se debió al aire denso del vagón. O al trayecto que se difuminaba con la niebla, desdibujando los contornos, el perfil de los talleres que anunciaban nuestra llegada a la ciudad. Lo cierto es que al bajar el equipaje, mientras el tren aminoraba el paso, el hombre escupió su palillo. Al salir del compartimiento sus pasos esbozaron un gesto de suficiencia. La mujer se incorporó a duras penas. Su miedo a perder el equilibrio no le impidió ver la carta. Era un sobre rectangular, fechado unos días antes. Estaba en el sillón que había ocupado durante el viaje. Al verlo, tras avisarme del olvido o el descuido, recordé sus palabras, la caligrafía sobria y calculada, “sé que aún me recuerdas”. Trasladé el baúl de la anciana hasta el andén y luego, tras solicitar la ayuda de un mozo, se desvaneció entre los viajeros. Su paso, entonces, se volvió más seguro. Tal vez, el suelo firme afianzaba la posición y el movimiento de sus muletas.
Cuando caminaba hacia el vestíbulo vi a Andrea en la cafetería de la estación. Estaba sentada en una de las mesas de la terraza, con las piernas cruzadas y la espalda reclinada sobre el asiento. Para entonces, la niebla se había dispersado y a través de los ventanales se observaba el bulevar, la fachada de los edificios próximos. No había cambiado mucho. Tal vez, la ropa o el cabello más corto. Es posible que se debiera a su gesto que imaginé o entreví en tanto me acercaba. O a sus gafas oscuras. Quizá, fue su aire ausente y despreocupado mientras se anunciaba la llegada de nuevos trenes. O al hombre de los palillos que aguardaba en la barra, expectante, observando el reloj y el vestíbulo ya vacío o más disperso de viajeros, a la espera de alguien que se retrasaba y que tal vez nunca llegase.
Lo cierto es que al empujar la puerta de entrada, antes de que advirtiera mi presencia, me detuve y encendí un cigarro. Esperé unos minutos, de espaldas a ella, frente a los paneles donde se registraban las incidencias y los destinos. Busqué la carta, sus palabras, los deseos de reconciliación, pero no lograba encontrarla. Tal vez, la perdí o la olvidé en el vagón. Quizá se la llevó el mozo con el equipaje de la anciana. Entonces tomé conciencia de cuánto me había alejado de todo y me dirigí de nuevo hacia al andén.

sábado, 30 de enero de 2010

viernes, 29 de enero de 2010

LIMONADA

Necesitas:
Dos limones, dos litros de agua, un poco de azúcar, una hoja de periódico.

Coges dos limones del árbol del camino. Si los coges de las ramas que caen a este lado no es robar.

También puedes caminar hasta la frutería y comprarlos. Si hablas con el frutero te dirá que son buenísimos.

Pones la radio, algo que te guste, y te dispones a exprimir los limones. Los cortas por la mitad y aprietas. Si oyes a los limones gemir es que no tienes la radio lo bastante alta. Pero no te detengas, aprieta, no es momento de sensiblerías.
Entonces mezclas el jugo y el agua. Se puede colar el resultado.

Justo cuando hayas conseguido alinear el embudo, la botella y el colador, el niño te dirá que la perrita le muerde los pantalones. Detenlo todo un momento. Enrolla la hoja de periódico y dásela para que se defienda.

Cuando todo esté en la botella, añade el azúcar. No agites. Deja que el azúcar se pose en el fondo del recipiente y se acomode.

¿Ya? Ahora cierra la botella y dale la vuelta. Ahora si, agítala suavemente hasta que el azúcar desaparezca.

Deja la botella sobre la mesa unos minutos para asegurarte de que el azúcar se ha disuelto y no vuelve a juntarse en el fondo. Tienes tiempo para comprobar que el niño no persigue cruelmente a la perrita con la hoja de periódico.

El primer vaso es para ti. Si está muy dulce o muy ácido no añadas nada. La próxima vez será.

Consérvese en lugar fresco.

domingo, 24 de enero de 2010

ACTO-CONSECUENCIA-ACTO (1)

Una vez Opaco terminó uno de sus interminables discursos con aquello de … todos los actos tienen consecuencias !!! Esto es así, pero también es cierto que toda consecuencia en algún momento se ha comido a su madre y que cualquier miserable sacacorchos es consecuente pero porque sabe perfectamente hacia que lado girar después del primer puntillazo. Opaco siempre fue un poco raro, tenía mucha facilidad para estrangular cojines, pero no tanta para tararear después de sus pequeños gestos homicidas. Volviendo a lo de los actos y las consecuencias, recuerdo mi primer bocadillo de foie, me venían imágenes dispersas de ocas jugando con sus pequeños mientras sus higadillos no dejaban de gotear. No me resultó fácil terminarme el tentempié, pero tuve que hacerlo, me apuntaban con una pistola en aquel comedor del centro. Allí fue donde se gestó mi cuenta atrás, mi tránsito hacia la Gran Consecuencia, un camino plagado de entretenimientos sin más, una sucesión de Actos Encadenados, salpicados con Cisnes Negros, y bordeando al Caos. No le debo nada a Francisco como le llamábamos en casa a Opaco, pero siempre recuerdo esa maldita frase: Todo acto tiene consecuencias.

miércoles, 20 de enero de 2010

viernes, 15 de enero de 2010

El centro de la tierra

Creo que he apagado el despertador tres veces.

Es la hora y aún estoy entre las sábanas. ¿Dónde estarán las alas que da el amor?

Por fin salto de la cama y caigo en los zapatos. Al incorporarme noto que el suelo está más cerca que nunca. No soy más bajo. Sólo son mis pies los que se hunden en el piso.

Para ponerme los pantalones tengo que sacar los pies del suelo y al devolverlos se hunden un poco más. Si me quedo quieto puedo observar como el suelo gana terreno a mis pantorrillas lenta e inexorablemente, pero no hay tiempo para comprobaciones.

Es la hora, pero cuento con que tú siempre te retrasas cinco minutos.

No pierdo tiempo afeitándome porque ya no llego al espejo del baño. Me tengo que lavar la cara en el bidé.

Cuando espero el ascensor el nivel del piso me llega ya por la cintura. Casi no alcanzo al botón.

Menos mal que hemos quedado en la esquina. La gente ya no me ve. Tengo que esquivarlos para que no me pisen la cabeza. Teníamos que haber quedado en mi casa, pero eres tan así que cualquiera te dice nada.

Llego al quiosco justo a tiempo y veo cómo te acercas mientras acabo de hundirme.

Ya estás aquí y no me ves, mi cara está justo una cuarta debajo de tu tacón.

Te tiro besos mientras me alejo lentamente. Adiós amor.

Lástima. Hoy que te habías puesto las braguitas blancas con lacito.

Nada suelto.

Siempre coloco la cartera en el bolsillo de atrás. Ayer estuve todo el día buscándola, y nada, no aparecía. Comencé entonces con los bolsillos delanteros. Y aparecieron varias, todas oscuras y raídas. Estaba tan sorprendido yo como ellas. Escondidas, llevaban semanas revolviéndose con los billetes de metro usados y las servilletas de papel. No entendía nada. Mi cartera de siempre se pegaba a la mochila de niño, la billetera se mezclaba con mi antiguo monedero. El bolsillo, con la costura ahora hacia fuera, era como una cueva de ladrones, todos con ases en la manga y repartiendo a diestro y siniestro. Metí los pantalones en la secadora y encendí el secado-exprés.

Letras al portador.

Cuando fui a correos me imaginaba lo peor. Un remedio de televenta, o un fascículo perdido. Lo que no esperaba era una carta. Tu carta de despedida. Sus letras ahogaban mis heridas, replegaban aún más mis alas, pero me acercaban a tu huída, a mis sueños de volar en tu busca. Te escribí otra carta, sólo mi firma y la tiré al mar, en un brik. Se incrustó en las rocas. Y yo detrás.

Volumen

No hay remedio posible. Siempre que trato de subir el volumen de la radio tengo las manos mojadas y los dedos se deslizan por la superficie circular, aerodinámica y pulimentada del botón sin que la voluntad, o el esfuerzo, colme mis expectativas. Suele ocurrirme en las mañanas nubladas, cuando acabo de levantarme y el día parece tan miserable como el dedal de un costurero o el ojo de una aguja, por la que nunca pasarán ni los ricos, ni los camellos, ni los pobres, más acostumbrados a las desdichas y a los espacios pequeños. Me pasa cuando trato de encontrar un vestigio de esperanza, las notas musicales de una canción que me devuelvan al mundo, que me reconcilien con la existencia, y los dedos no pueden atrapar la consistencia de ese botón que más que sólido o líquido, parece gaseoso, que parece elevarse en el aire, como una oportunidad perdida. Phoebe me dice que es culpa mía y no de la radio porque soy tan escurridizo e inaprensible como el agua y la materia como ser vivo comprende la naturaleza de sus semejantes y las relaciones que en base a ellas pueden establecerse. Yo, sin embargo, creo que debo cambiar de radio.

El arrancacorazones. Tragedia microscópica.

Odio a mis gusanos. Estoy intentando de nuevo arrancarles la cabeza. Siempre andan jugueteando con sus multiversos. Cuando no lo hacen suman gramos a sus cartucheras, cada vez más malolientes y no dejan de mudarse para silenciar mi conciencia, siempre intranquila desde que se me ocurrió, como por arte de magia, poner ojos a mis pesadillas en blanco y negro. Desde entonces yo con mi mala conciencia y ellos con su creciente rencor malvivimos entre mis huesos y su invértebras, esperando que mi mujer termine de tejer la balsa sobreprotectora que nos permita una salida digna sin tener que pasar por la trituradora del libre albedrío

jueves, 14 de enero de 2010

martes, 12 de enero de 2010