miércoles, 20 de abril de 2011

Tres de siete (I)

La inmensa señora de las acelgas había metido en su escote un paquetito envuelto en esparadrapo. Aquella visión fue suficiente para irme de la realidad. Siempre he tenido gran facilidad para abstraerme. Cómo había logrado hacer hueco en tan estrecha parte supuso un verdadero enigma para mí. Quise hallar la respuesta imaginando mi propia experiencia, por lo que busqué en mi anatomía toda clase de protuberancias duales. Di con los ojos. Siempre me dijeron que eran algo saltones. Como me pareció tremendamente difícil esconder un bulto de esparadrapo entre ellos, al final me decidí por los testículos, no sin antes dotarles del tamaño adecuado y privarles de la sensibilidad que los caracteriza. Así es que estaba yo en plena labor cuando ella me arrancó de mis pensamientos. Emergió por la escalerilla como ninfa de su fuente. Llevaba botas casi hasta la rodilla de color negro, igual que sus pantalones. Seguí reptando visualmente. Llegué a una blusa verde más bien holgada que cubría parte de sus muslos. Allí donde la blusa se estrechaba ligeramente adiviné unos senos pequeños, casi infantiles. Toda ella era menuda en realidad. Sólo su cara indicaba que debía tener unos treinta años. Parecía una chica normal de aspecto normal, sin embargo la energía que irradiaba llegaba hasta mi médula ósea. Se asió a una de las barras. En su muñeca izquierda llevaba una pulsera con una gran piedra morada. Nadie excepto yo pareció percatarse de su presencia.

1 comentario:

  1. Me ha encantado eso de las protuberancias duales y los ojos saltones.

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