domingo, 24 de abril de 2011

Tres de siete (III)

-¡Cuánto tarda este semáforo!
Intenté resistirme, pero mi impaciencia me empujó a cruzar desafiando al tráfico, feroz a esa hora. Me lancé. Justo en ese momento una abrumadora tropa de coches quedó paralizada a mi izquierda. Entonces el muñeco verde se iluminó.
-Te quedan cinco, lindo gatito –pensé-. Más vale que tengas cuidado a partir de ahora.
Llegué al otro lado de la calle intentando no perder de vista la blusa verde. Para entonces me llevaba una gran distancia y era lo único que distinguía de ella. Corrí entre la gente que se dirigía apresuradamente a su trabajo. Me dio miedo de repente. Sentí que hacía algo ilícito, sucio. Ellos también parecían pensar así. Me miraban como si despreciaran mi actuación.
-¡Oiga, usted! -¿Quién, yo? Déjeme. ¿Qué quiere? –dije asustado y casi sin aliento.
-Perdone, yo sólo quería devolverle estas llaves. Se le cayeron ahí atrás. -Gracias –respondí aliviado.
Me sentí mejor sabiendo que sólo me había dejado llevar por la imaginación, aunque en realidad nunca me importó demasiado lo que el resto pensara de mí. Por eso me dejó Patricia. Nunca me entendió. Tras la anécdota de las llaves de nuevo me vi corriendo entre los apresurados oficinistas. Se me echaban encima. Yo esquivaba y corría, esquivaba y corría. Sentí que nadaba contra corriente. Ella se alejaba. Estaba a punto de abandonar cuando vi que se paraba en un quiosco. Distinguí a dos o tres personas más. Era mi oportunidad. Supuse que gastaría unos minutos en hacer su compra.

3 comentarios:

  1. Se me cruzan tu relato y el de sako. A veces me estreso un poco, pero se me pasa enseguida, no es nada.

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  2. Lindo gatito...Eso me recuerda a los dibujos de la Warner, el pato Lucas, Bugs Bony, me encantaba verlos.

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  3. Qué flojo eres, Bernardino. Ten a mano los ansiolíticos y si es preciso, los antidepresivos, porque al menos al mío le queda todavía un poquito. Cualquier cosa antes de que comiencen los brotes psicosomáticos.

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