viernes, 22 de abril de 2011

Tres de siete (II)

-¿Cuánto es el billete, por favor? -Un euro –gruñó el conductor sin ocultar su malhumor.
-No, ahí no, ahí tampoco –pensé.

Finalmente, como si hubiera adivinado mi pensamiento, tomó un asiento tres lugares por delante de mí, en el lado opuesto y en sentido contrario al mío, lo que me permitió observar fácilmente. El pelo negro y abundante le cubría de forma desordenada los hombros. Algunos mechones se enredaban en un discreto colgante de plata. Su piel tenía un color tostado, pero no en exceso, lo justo para ofrecer un aspecto saludable. En su rostro unos pequeños ojos oscuros, muy vivarachos. No sabía qué era, pero me sentía magnetizado. Minutos después sacó un espejo del bolso, se retocó el pelo y se puso en pie para pulsar el botón de solicitud de parada. Se dirigió a la puerta de salida.

-¿Qué hago? –me pregunté-. Todavía hay dos paradas hasta mi destino. Si me bajo no llegaré a la oficina y tengo que entregar el informe de ventas a primera hora.

Movido por yo qué sé qué fuerza irracional salté del autobús justo en el último momento. Por suerte mi americana cedió en cuanto se vio atrapada entre las puertas. Me tomé unos segundos para reponerme del susto y evaluar el destrozo en la tela. Me peiné con los dedos el pelo hacia atrás mientras miré a mi alrededor intentando localizar a la chica. Enseguida vi que había cruzado la calle. Caminaba a paso rápido en dirección a la Plaza de la Concordia.

3 comentarios:

  1. Ya uno no se encuentra con mujeres así en el autobús, con aventuras como esta.

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  2. La aventura va donde va uno. Sako, tienes que volver a conectar la tele, necesitas ver otra vez anuncios de desodorantes.

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  3. Prefiero los anuncios de los geles, la verdad. Pero, bueno, no estaría mal para empezar.

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