sábado, 26 de febrero de 2011

Falocias (II)

- ¿Se puede?
- Pasa, Matilde, buenos días. Estaba colocando los perfumes mientras llegabas.
- ¿Qué le hago, lo de siempre?
- Sí, pero cárdame menos. Hoy quiero ir más natural, que tengo que ver al padre Andrés y al doctor Acebedo.
- Muy bien. ¿Ya le he contado lo del novio de Rosario? Bueno, está encantada, señora. El muchacho es falo.
- ¿Cómo?
- Sí, señora, me ha dicho Rosario que así es como se llama a los franceses. Es que ni se imagina lo que está aprendiendo desde que se ve con él.
- Ay, madre, pensó la señora.
- Estudia en la universidad y la lleva a ver cosas muy interesantes. El otro día estuvieron viendo una exposición sobre el falo de Alejandría.
- Qué interesante. Mira, tápame esto un poquito.
- Ay, señora, no quiero alarmarla pero esto es un comienzo de falopecia, aunque con una horquillita aquí y otra ahí… ya está, solucionado. Pues se llama Falisto, como el amante de Melibea, le ha dicho el muchacho a Rosario. Bueno, un poquito de laca y ya está, ya tiene la señora su recogido perfecto.
- Gracias, Matilde. Cuando bajes le pides a Manolita lo tuyo. Adiós, adiós.

Todavía aturdida se puso la señora el traje verde oliva y salió hacia la parroquia.

2 comentarios:

  1. Me estoy riendo con este relato como nunca. Será la f de fironía.

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  2. Dios, empiezo a ver... cosas de esas por todos lados...

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