domingo, 1 de mayo de 2011

Tres de siete (VII)

Pasaron varias semanas y yo seguía sin saber de Paula. Afortunadamente las jornadas en el trabajo resultaban algo más llevaderas, dado que ya no tenía que fingir una tos provocada por una enfermedad inexistente. Una tarde, estando sentado en el bar habitual, se acercó una mujer del tamaño de un armario ropero, me quitó una silla sin mediar palabra y se sentó en una mesa contigua. Me quedé patidifuso. Pidió un chocolate con churros y comenzó a ojear una revista del corazón. De no haber sido porque superaba mi edad en al menos veinte años le hubiera dicho cuatro cosas, pero uno, aún en mi peculiar estado, sigue siendo un caballero. No pude evitar mirarla en varias ocasiones. Después de un rato caí en la cuenta.

-¡Coño!, pero si es la mujer que me ha estado agrediendo; y la de las acelgas del autobús.

De repente un sonido chirriante seguido de un choque metálico hizo girar mi cabeza hacia la avenida que me separaba del edificio. Dos coches habían colisionado. Más allá del barullo ocasionado por el siniestro un grupo de personas salía del portal. Eran cuatro hombres de mediana edad y una mujer joven. Aquella visión hizo que el pulso se me disparara, la tensión arterial subiera hasta martillear mis sienes, la boca se me secara y se formara un nudo en mi garganta. Era ella.

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