martes, 10 de mayo de 2011

Colegio

Yo sabía perfectamente donde estábamos, era el Colegio Santa María, donde yo había trabajado doce años. Ya no había niños. Ahora era un matadero.
Nos bajaron del camión en el patio de juegos. Los columpios seguían en su sitio. Nos obligaban a caminar en fila india, nos golpeaban con las culatas de los rifles si los mirábamos a la cara o parábamos de caminar.
-Ahora vais a gritar como gritabais en las Asambleas, perros.
-¿Qué asambleas? yo soy maestro, esto es un error.
¿Dónde irán los niños ahora? ¿También han cerrado los colegios? Hace poco trabajábamos por la paga pero también creímos que estábamos construyendo una nación civilizada. Hemos fallado. Estábamos equivocados.
Pude vez fugazmente el despacho del director. Había manchas negras en las paredes.
En el aula quinto C se oían aullidos, y los soldados nos golpeaban con las culatas.
-No os paréis, perros. Eso les pasa a los subversivos como vosotros.
Había cadáveres en la escalera del gimnasio. Amontonados. Mirábamos de reojo. Habían sido gente.
Una mano en mi hombro me zarandeó y pensé en la muerte en persona. No quería mirar.
Una muerte rápida. Ahora, ya, venga.
-Hombre, el vampiro.
Me reconfortó. El vampiro era mi mote. Alguien me había reconocido. Pensé en vivir otra vez. Pero un golpe en la cara me tiró al suelo y luego algunas patadas en las costillas. Pude verle. Era Martínez. Todavía tenía cara de niño.
-Este es para mí, fue maestro mío.
Yo enseñé a leer a Martínez, no recordaba su nombre de pila, pero recordaba su sonrisa y esa forma de mirar pícara cuando se le reprendía.
-Al cuarto de las escobas, que luego vamos a recordar viejos tiempos.
No me pude levantar. Me pateó hasta el cuarto de la limpieza que no se podía abrir desde dentro.
Martínez gritaba desde el otro lado de la puerta.
-Piensa en lo malo que has sido, vampiro, en un ratito vengo a por ti.
Los otros reían alejándose, insultando, amenazando.
Oscuro pero no tanto. Entraba un rayo de luz bajo la puerta. Mala suerte, si en vez de ser Martínez hubiera sido Escobero, ese me adoraba. Improbable que Escobero se haya sumado al Alzamiento. Alumno ejemplar. En ese mismo cuarto había encerrado yo a más de uno, no más de diez minutos, para castigar alguna travesura.
Quise recordar si había encerrado a Martínez alguna vez, si, más de una, el que más. Lo cogía del brazo y él andaba cabeza gacha sin quejarse. Había pasado mucho tiempo, también recordé que el travieso de Martínez se había escapado las últimas veces, por el estrecho ventanuco de ventilación.
Estrecho pero no tanto. En cuanto el aire fresco de la calle me dio en la cara desaparecieron los dolores. Mis pies ya no arrastraban, mis piernas no temblaban.
Podía correr, volar a la Asamblea. A contarlo, a celebrar que tenemos uno dentro.

4 comentarios:

  1. No soy maestro de nada mas bien aprendiz de todo, pero no me arrepiento tal vez tenga algún Martinez en mi vida y no lo sepa...aunque siempre nos quedara el ventanuco, espectacular Bernardino, en tu linea compañero del metal,un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Pensaba llamar al cuento "Vuelta al cole" pero me ha parecido de mal gusto... Aunque al final hay esperanza, poca pero hay.

    ResponderEliminar
  3. Jolín, qué inquietante.

    ResponderEliminar