domingo, 12 de junio de 2011

Despedida

Es una mañana de principios de junio. Ella está en el patio, tendiendo la colada. Hay una ligera brisa, las sábanas se agitan, arrancan pequeños destellos de sol. Parecen tan livianas como el aire mismo, barrido ahora por el pitido del tren, esa música que suena de fondo, ¿qué grupo es?, ¿cómo se llama? Trato de recordar mientras observo la llegada del cartero, la pequeña bicicleta, trastabillando por el camino, el uniforme de Lencio, limpio e impoluto. Este Lencio, siempre tan presumido, me digo mientras la veo correr y examina el correo con una emoción apenas contenida. Al otro lado de la cerca, Sombra aguarda nervioso, expectante, las orejas levantadas.
- ¡Carta de Doval! – grita.
Lencio la mira y su bigote, pequeño y espeso, se ensancha como un acordeón. Luego vuelve a la bicicleta y se aleja por la Cuesta de las flores, silbando, otro día de reparto, otro día de buenas noticias, parece decir, mientras ella se dirige al piso de arriba y escucho sus pasos, la puerta del armario, cajones que se abren y se cierrran, mientras enciendo una pipa y Sombra araña los tablones de la cerca. Este Sombra, habría que darle de comer de cuando en cuando. Entonces el aire se vuelve violento y el gallo de la Iglesia, la efigie negra que se vislumbra a lo lejos, empieza a girar y a girar. En aquel momento una de las sábanas del tendedero emprende el vuelo, la veo mientras se aleja y bate sus alas, mientras el humo del tabaco dibuja una niebla azul y amarga.

2 comentarios:

  1. Lencio, Sombra y Doval juntan sus nombres y resultan ser la clave mística necesaria para pasar al otro lado.

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  2. La línea es frágil, tanto como el humo de tabaco.

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