viernes, 15 de enero de 2010

Volumen

No hay remedio posible. Siempre que trato de subir el volumen de la radio tengo las manos mojadas y los dedos se deslizan por la superficie circular, aerodinámica y pulimentada del botón sin que la voluntad, o el esfuerzo, colme mis expectativas. Suele ocurrirme en las mañanas nubladas, cuando acabo de levantarme y el día parece tan miserable como el dedal de un costurero o el ojo de una aguja, por la que nunca pasarán ni los ricos, ni los camellos, ni los pobres, más acostumbrados a las desdichas y a los espacios pequeños. Me pasa cuando trato de encontrar un vestigio de esperanza, las notas musicales de una canción que me devuelvan al mundo, que me reconcilien con la existencia, y los dedos no pueden atrapar la consistencia de ese botón que más que sólido o líquido, parece gaseoso, que parece elevarse en el aire, como una oportunidad perdida. Phoebe me dice que es culpa mía y no de la radio porque soy tan escurridizo e inaprensible como el agua y la materia como ser vivo comprende la naturaleza de sus semejantes y las relaciones que en base a ellas pueden establecerse. Yo, sin embargo, creo que debo cambiar de radio.

2 comentarios:

  1. bernardino16 enero, 2010

    Phoebe tiene razón.

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  2. La radio como gas noble se digiere mal, es por eso por lo que los “escuchantes” prefieren tararear y bajar el volumen hasta que exhaustos llegan a la misma conclusión que Phoebe: el ser humano es escurridizo y es preferible tirarse al Océano que abrazar tu canción favorita en un botón demasiado pulido.

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