- Qué mala cara, señora.
- Sí, no he dormido muy bien.
- ¿Qué le apetece hoy? Tengo una mermelada riquísima de falocotón ¿Quiere unas tostaditas?
- ¿Qué dices, Manolita?
- Sí, señora, esa que hace la madre de Vicente con los falocotones que le traen de Valencia.
- Ah, bueno, unas tostadas estarán bien, respondió la señora sin entender.
- Pues sí, señora, todo mi pueblo está consternado por el falogrado Ramiro. Qué gentuza, darle un falo en la cabeza cuando cogía las patatas. Y total, por cuatro pobres tierras.
- Ya, sí, no me extraña. Manolita, ¿se ha ido ya el señor?
- Que va, señora, está en su cuarto limpiando sus escopetas y ordenando los falines. Perdone que me meta donde no me llaman, señora, pero el señor va a acabar en un lío más temprano que tarde. Desde que las falomas del vecino le estropearon el rosal está como loco. El otro día le sorprendí apuntando al falomar y lo peor es…
- Ya, ya, Manolita, luego me terminas de contar, que la peluquera está a punto de llegar.
Se sentó la casta señora en su tocador y mientras miraba sin mirar su señorial rostro en el espejo, se preguntaba si no se trataría de un castigo divino por tener semejantes sueños.
Si es lo que yo digo, al final todo es lo mismo.
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