sábado, 30 de enero de 2010

viernes, 29 de enero de 2010

LIMONADA

Necesitas:
Dos limones, dos litros de agua, un poco de azúcar, una hoja de periódico.

Coges dos limones del árbol del camino. Si los coges de las ramas que caen a este lado no es robar.

También puedes caminar hasta la frutería y comprarlos. Si hablas con el frutero te dirá que son buenísimos.

Pones la radio, algo que te guste, y te dispones a exprimir los limones. Los cortas por la mitad y aprietas. Si oyes a los limones gemir es que no tienes la radio lo bastante alta. Pero no te detengas, aprieta, no es momento de sensiblerías.
Entonces mezclas el jugo y el agua. Se puede colar el resultado.

Justo cuando hayas conseguido alinear el embudo, la botella y el colador, el niño te dirá que la perrita le muerde los pantalones. Detenlo todo un momento. Enrolla la hoja de periódico y dásela para que se defienda.

Cuando todo esté en la botella, añade el azúcar. No agites. Deja que el azúcar se pose en el fondo del recipiente y se acomode.

¿Ya? Ahora cierra la botella y dale la vuelta. Ahora si, agítala suavemente hasta que el azúcar desaparezca.

Deja la botella sobre la mesa unos minutos para asegurarte de que el azúcar se ha disuelto y no vuelve a juntarse en el fondo. Tienes tiempo para comprobar que el niño no persigue cruelmente a la perrita con la hoja de periódico.

El primer vaso es para ti. Si está muy dulce o muy ácido no añadas nada. La próxima vez será.

Consérvese en lugar fresco.

domingo, 24 de enero de 2010

ACTO-CONSECUENCIA-ACTO (1)

Una vez Opaco terminó uno de sus interminables discursos con aquello de … todos los actos tienen consecuencias !!! Esto es así, pero también es cierto que toda consecuencia en algún momento se ha comido a su madre y que cualquier miserable sacacorchos es consecuente pero porque sabe perfectamente hacia que lado girar después del primer puntillazo. Opaco siempre fue un poco raro, tenía mucha facilidad para estrangular cojines, pero no tanta para tararear después de sus pequeños gestos homicidas. Volviendo a lo de los actos y las consecuencias, recuerdo mi primer bocadillo de foie, me venían imágenes dispersas de ocas jugando con sus pequeños mientras sus higadillos no dejaban de gotear. No me resultó fácil terminarme el tentempié, pero tuve que hacerlo, me apuntaban con una pistola en aquel comedor del centro. Allí fue donde se gestó mi cuenta atrás, mi tránsito hacia la Gran Consecuencia, un camino plagado de entretenimientos sin más, una sucesión de Actos Encadenados, salpicados con Cisnes Negros, y bordeando al Caos. No le debo nada a Francisco como le llamábamos en casa a Opaco, pero siempre recuerdo esa maldita frase: Todo acto tiene consecuencias.

miércoles, 20 de enero de 2010

viernes, 15 de enero de 2010

El centro de la tierra

Creo que he apagado el despertador tres veces.

Es la hora y aún estoy entre las sábanas. ¿Dónde estarán las alas que da el amor?

Por fin salto de la cama y caigo en los zapatos. Al incorporarme noto que el suelo está más cerca que nunca. No soy más bajo. Sólo son mis pies los que se hunden en el piso.

Para ponerme los pantalones tengo que sacar los pies del suelo y al devolverlos se hunden un poco más. Si me quedo quieto puedo observar como el suelo gana terreno a mis pantorrillas lenta e inexorablemente, pero no hay tiempo para comprobaciones.

Es la hora, pero cuento con que tú siempre te retrasas cinco minutos.

No pierdo tiempo afeitándome porque ya no llego al espejo del baño. Me tengo que lavar la cara en el bidé.

Cuando espero el ascensor el nivel del piso me llega ya por la cintura. Casi no alcanzo al botón.

Menos mal que hemos quedado en la esquina. La gente ya no me ve. Tengo que esquivarlos para que no me pisen la cabeza. Teníamos que haber quedado en mi casa, pero eres tan así que cualquiera te dice nada.

Llego al quiosco justo a tiempo y veo cómo te acercas mientras acabo de hundirme.

Ya estás aquí y no me ves, mi cara está justo una cuarta debajo de tu tacón.

Te tiro besos mientras me alejo lentamente. Adiós amor.

Lástima. Hoy que te habías puesto las braguitas blancas con lacito.

Nada suelto.

Siempre coloco la cartera en el bolsillo de atrás. Ayer estuve todo el día buscándola, y nada, no aparecía. Comencé entonces con los bolsillos delanteros. Y aparecieron varias, todas oscuras y raídas. Estaba tan sorprendido yo como ellas. Escondidas, llevaban semanas revolviéndose con los billetes de metro usados y las servilletas de papel. No entendía nada. Mi cartera de siempre se pegaba a la mochila de niño, la billetera se mezclaba con mi antiguo monedero. El bolsillo, con la costura ahora hacia fuera, era como una cueva de ladrones, todos con ases en la manga y repartiendo a diestro y siniestro. Metí los pantalones en la secadora y encendí el secado-exprés.

Letras al portador.

Cuando fui a correos me imaginaba lo peor. Un remedio de televenta, o un fascículo perdido. Lo que no esperaba era una carta. Tu carta de despedida. Sus letras ahogaban mis heridas, replegaban aún más mis alas, pero me acercaban a tu huída, a mis sueños de volar en tu busca. Te escribí otra carta, sólo mi firma y la tiré al mar, en un brik. Se incrustó en las rocas. Y yo detrás.

Volumen

No hay remedio posible. Siempre que trato de subir el volumen de la radio tengo las manos mojadas y los dedos se deslizan por la superficie circular, aerodinámica y pulimentada del botón sin que la voluntad, o el esfuerzo, colme mis expectativas. Suele ocurrirme en las mañanas nubladas, cuando acabo de levantarme y el día parece tan miserable como el dedal de un costurero o el ojo de una aguja, por la que nunca pasarán ni los ricos, ni los camellos, ni los pobres, más acostumbrados a las desdichas y a los espacios pequeños. Me pasa cuando trato de encontrar un vestigio de esperanza, las notas musicales de una canción que me devuelvan al mundo, que me reconcilien con la existencia, y los dedos no pueden atrapar la consistencia de ese botón que más que sólido o líquido, parece gaseoso, que parece elevarse en el aire, como una oportunidad perdida. Phoebe me dice que es culpa mía y no de la radio porque soy tan escurridizo e inaprensible como el agua y la materia como ser vivo comprende la naturaleza de sus semejantes y las relaciones que en base a ellas pueden establecerse. Yo, sin embargo, creo que debo cambiar de radio.

El arrancacorazones. Tragedia microscópica.

Odio a mis gusanos. Estoy intentando de nuevo arrancarles la cabeza. Siempre andan jugueteando con sus multiversos. Cuando no lo hacen suman gramos a sus cartucheras, cada vez más malolientes y no dejan de mudarse para silenciar mi conciencia, siempre intranquila desde que se me ocurrió, como por arte de magia, poner ojos a mis pesadillas en blanco y negro. Desde entonces yo con mi mala conciencia y ellos con su creciente rencor malvivimos entre mis huesos y su invértebras, esperando que mi mujer termine de tejer la balsa sobreprotectora que nos permita una salida digna sin tener que pasar por la trituradora del libre albedrío

jueves, 14 de enero de 2010

martes, 12 de enero de 2010