Se quedó inmóvil en la cocina, mirando la banqueta, reuniendo toda la información, comprendiéndolo todo.
El hombre agarró la banqueta de la cocina y salió a la calle.
La señora Julia se asomó y preguntó - ¿A dónde va este ahora? Y alguien contestó:
- Déjelo que vaya donde quiera.
En la playa sus pasos se ralentizaron pero avanzaba firme.
Colocó la banqueta frente al mar en calma y se sentó. Estuvo un rato calculando su discurso y reuniendo la determinación.
El rumor del mar parecía repetir claramente algunas palabras en distintos tonos:
- Vas de farol…
- Vas de farol?
- Si, vas de farol…
En cualquier caso, al hombre, el rumor del oleaje le sonaba a ironía.
Adelantó una pierna, levantó un dedo y sentado en la banqueta dijo:
- Si tu…
Pero no pudo continuar, una ola burlona le mojó los zapatos y los calcetines.
Se recompuso, clavó uniformemente las patas de la banqueta en la arena, adelantó la pierna y el dedo otra vez y dijo:
- Si tu…
Esta vez la ola traviesa le llegó hasta la cintura, haciéndole perder el equilibrio. Hombre y banqueta rodaron por la arena mojada y la resaca de la ola llenó de chinitas y pequeñas conchas la pernera del pantalón.
Esta vez no se recompuso. Mientras se levantaba gritó:
- ¡Tú lo has querido! Y se lanzó contra las olas, que lo estaban esperando.
El hombre chillaba como cuando era niño. Ahora se acordaba. Las olas crecían y él a veces las atravesaba por abajo y otras se dejaba revolcar, riéndose y tragando agua en ocasiones.
Dejemos a nuestro héroe jugando con las olas pues ha llegado el momento de abandonar el relato y volver a nuestros quehaceres.
Cual Quijote luchando contra molinos de viento. Interesante. Los límites entre cordura y locura nunca están claros.
ResponderEliminarMe ha encantado eso de la banqueta y la playa. Hay que lanzarse al oceano, la vida es una locura.
ResponderEliminar