No hay nada. Es uno de esos días oscuros en
los que más valdría no haberse levantado. Uno de esos días en los que llegan
las facturas o hay malas noticias por todas partes. Abres un periódico y solo
encuentras miseria y desolación.
No
hay nada. Solo unas horas que vienen a ser meses o años, unas horas que no pasan, que
llegan para quedarse contigo y deshacen sus maletas y se duchan y entonan
alguna triste desgracia. Me pasas el jabón, dicen. Y empiezan a cantar, ese lamento
de los minutos que no pasan.
No
hay nada. El vecino te habla sobre el fin del mundo, los taxis ignoran tu
llamada y pasan de largo, la lluvia te sorprende cuando menos lo esperas o un
coche se cruza a tu lado y empapa tu
abrigo. Tu único abrigo. Cualquier cosa
es nada en esos días que llegan sin previo aviso y te despiertan con un susurro
de tragedia.
Cuando llegan procuro afeitarme, comportarme
como si no pasara nada. Los llevo a comer a un buen restaurante, hacemos el
amor y luego vamos a la doble sesión del
Alameda y mientras el tiempo pasa al otro lado va pasando en este, y el dia se
va reduciendo a unos minutos, los que restan para que se vayan estos días tan
oscuros.
Seguro que tienes motivos, pero te cuesta ser pesimista: al final siempre acabas haciendolo bonito.
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