miércoles, 29 de junio de 2011
sábado, 25 de junio de 2011
No, viajo sola (II y fin)
- Mira, ese es tu tren. ¡Qué suerte! Yo nunca he hecho un viaje así.
Había personas de todo tipo caminando por el andén. Unos llevaban bultos de tamaños y formas distintas, desde maletas hasta jaulas con pollos; otros cuantos sin embargo parecían llevar lo imprescindible; otras eran mujeres de apariencia aristocrática. Todos ellos y yo, sin más equipaje que una pequeña bolsa y la inseguridad que me producía el total desconocimiento de mi futuro más inmediato. De pronto nos paramos. La señorita Elisa me atrajo hacia sí y me fundió con ella en un abrazo mientras sentía sus lágrimas mojando mi cara.
- Cariño, ya anuncian la salida. Pide ayuda con la libreta siempre que lo necesites. Ya verás como pronto hablarás de nuevo. Adiós, mi vida. Te echaré de menos. Escríbeme siempre que puedas.
Pegué mi cara al cristal y vi a la señorita Elisa agitando su mano mientras el tren se alejaba. Sólo entonces rompí a llorar.
Saqué la nota de mi madre y la leí de nuevo, y de nuevo la saqué y la volví a leer. Así hasta no sé cuántas veces ni durante cuántas horas. Así hasta que leí a través de la ventanilla mientras el tren perdía velocidad: ZARAGOZA. Algunos compañeros de viaje se apresuraron a coger sus cosas, mientras otros se acomodaban en sus asientos tras el espacio ganado. En el andén una señora con traje verde y moño sobrelacado mostraba una cartulina con mi nombre. Me encogí en el asiento hasta hacerme invisible. Un minuto después oí el silbato. Me asomé unos centímetros para observar la reacción de mi tía Regina. El tren se puso de nuevo en marcha y yo respiré tranquila.
jueves, 23 de junio de 2011
capitulo afónico
miércoles, 22 de junio de 2011
Hogar, dulce hogar (III)
A veces, la oigo a hablar por teléfono, lo oyen y lo entienden todo, pueden apoderarse del mundo, y es que desde que perdió la beca anda obsesionada con esa idea, como si estuviésemos conspirando contra el ser humano, cientos, miles de moscas preparando el asalto definitivo, ¿puede haber una idea más absurda que esa?, además ¿de qué serviría?, me pregunto, ahora, mientras observa mis movimientos en el cristal, el mundo está bien así, lo que no me parece justo es ese plazo de vida tan miserable, quince o veinte días y se habrá acabado todo, los aromas, el jugo de la fruta, ¿puede haber algo peor que saber la fecha de tu muerte?
Pienso en ello una y otra vez, y pienso ahora, mientras se levanta del sillón y se acerca sigilosamente a la ventana, lleva un periódico en la mano, solo quiere eso, una pequeña victoria, desde que le comunicaron lo de la beca ha acabado con ciento treinta y cinco de los nuestras, lo lleva apuntado en la pizarra del comedor, creo que se ha vuelto loca, cree que no me he dado cuenta, así que froto mis patas como si no estuviese pasando nada…, quince o veinte días, ¿no sería mejor seguir fingiendo?
martes, 21 de junio de 2011
sábado, 18 de junio de 2011
No, viajo sola (I)
Esto que tantas veces he leído es todo cuanto en mis veintiocho años de existencia he podido saber sobre mi madre, la que un día decidió tirarme a la vida, sin más muleta que mi instinto de supervivencia. Aquella noche doña Pura me llevó a su despacho y me empujó hasta sentarme en una de las sillas, abrió mi mano y puso en ella un papel doblado.
- Guárdalo, es de la puta de tu madre –dijo. Ahora vete a dormir. Mañana temprano saldrás hacia la estación.
Al día siguiente me desperté con el brusco zarandeo de una de las cuidadoras. Todavía era de noche y el resto de las niñas dormía. Vi que el papel seguía en mi mano. La cuidadora puso sobre la cama el vestido de las ocasiones especiales; en el suelo, los zapatos de charol negro.
Cuando llegué a la escalera me alegró comprobar que la señorita Elisa me esperaba sonriente al final de ella. Sostenía un abrigo de paño gris y un sombrero de terciopelo. A su lado, sobre el banco de madera, había una pequeña bolsa que supuse contenía el resto de mis escasas pertenencias.
- Cariño, estás preciosa. Vamos, tenemos un largo camino hasta la estación. ¿Te gustan? –me preguntó mientras me ponía el abrigo y colocaba el sombrero en mi cabeza. He ahorrado durante semanas para comprártelos. Esperaba un momento especial.
Metí la nota de mi madre en un bolsillo y salimos a la calle. Después de mucho tiempo respiraba algo distinto de aquel oxígeno enrarecido de la casa, estanco hasta en el patio donde quince minutos al día se nos permitía jugar.
- En casa de tu tía Regina estarás muy bien. Podrás ir a un colegio de verdad y tendrás todo lo que una niña de tu edad necesita. Mira, ya casi hemos llegado.
viernes, 17 de junio de 2011
Hogar, dulce hogar (II)
–Un momento que estoy desmontando este cacharro y ahora le atiendo.
–No está roto.
–Sí, está roto. Esto sirve para atrapar moscas y sólo ha funcionado una vez. Una mosca y nada más.
–No está roto, estoy segura
–¿Usted entiende de esto? Le he visto varias veces donde los científicos.
–Soy bióloga. Precisamente estoy trabajando en eso.
–¿En trampas para moscas?
–Más o menos. Investigo sobre el aprendizaje de los insectos. Pero ya se acaba la beca, ya estoy prácticamente fuera.
–¿Y eso? ¿Las moscas no aprenden?
–Aprenden demasiado. Ha caído una mosca en su trampa y las demás lo saben ya. El aparato funciona perfectamente.
–¿Pero la investigación ha salido bien o ha salido mal?
–Mal, no hemos podido documentar aprendizaje. Son demasiado listas.
–¿Más listas que los biólogos?
–Y más listas que su trampa. Si no fueran tan listas habrían caído todas, pero mírelas como revolotean.
– Pues ahí lo tiene, documéntelo.
–Ojalá. ¿Ve esa mosca verde? Imagine que nos está escuchando y es capaz de entendernos. Si así fuera daría dos vueltas a esa silla y se posaría en la lámpara.
–¡Jo! Le ha oído.. lo ha hecho.
–Oyen y entienden, pero no hay manera de documentarlo. Voy a sacar la cámara del bolso, despacio…
–La vamos a pillar, mira por donde.
–Silencio, por favor…
–¿Qué hace ahora?
–¿Pues no lo ve? Se da golpes con el cristal. En cuanto saco la cámara. Se ríe de nosotros.
–No puede ser.
–Nueve meses, ya le digo, se acaba la beca y no hay manera, si hubiéramos conseguido algún resultado nos renovarían, pero nada.
–Si no lo veo no lo creo.
–Pues créalo.
–Entonces ¿qué hago con el atrapamoscas?
–Lo tira.
miércoles, 15 de junio de 2011
Otra máquina del tiempo
Dionisio me mira y me habla con los ojos, que me dicen: “somos ricos, somos ricos”. Yo quisiera decirle que no sólo somos ricos. Hemos construido una máquina del tiempo. Eso es lo importante.
Pero no le digo nada. Sería inútil.
Los compradores vienen a las seis y necesitan una prueba espectacular.
Ya he retrocedido diez minutos y me he visto la coronilla. Todavía tengo bastante pelo. Ahora programo a lo grande. Voy a retroceder unos siglos y voy a traer una prueba del pasado. Dionisio sigue diciéndome con los ojos que somos ricos.
La máquina empieza a funcionar. Ahí esta el cosquilleo. Dionisio, nos vemos ahora mismo…
Si los cálculos son correctos estoy haciendo el viaje de mi vida. Estoy en el lugar adecuado en el momento adecuado.
Coloco la cámara estratégicamente en la fuente y ajusto el temporizador.
Pero no lo veo. Deberia… si, ahí esta.
Le veo. Puedo olerlo… puedo tocarlo, pero debo irme ya.
Sólo un saludo. Me acerco, lo abordo y le digo:
-Don Miguel, no pierda la esperanza.
Le beso la mano buena y desaparezco. Ha sido una insensatez hablarle y tocarlo pero no ha pasado nada. No creo que lo poco que he dicho cambie la historia. No le diré nada a Dionisio.
He vuelto. Soy el primer turista del tiempo y traigo una foto con Cervantes en la puerta de la Posada del Potro. Pero Dionisio no está. Yo estoy aquí otra vez pero no son los mismos muebles ni está la máquina a la vista.
Una señora entra y me mira. Me señala, me habla pero no la entiendo.
martes, 14 de junio de 2011
domingo, 12 de junio de 2011
Despedida
- ¡Carta de Doval! – grita.
Lencio la mira y su bigote, pequeño y espeso, se ensancha como un acordeón. Luego vuelve a la bicicleta y se aleja por la Cuesta de las flores, silbando, otro día de reparto, otro día de buenas noticias, parece decir, mientras ella se dirige al piso de arriba y escucho sus pasos, la puerta del armario, cajones que se abren y se cierrran, mientras enciendo una pipa y Sombra araña los tablones de la cerca. Este Sombra, habría que darle de comer de cuando en cuando. Entonces el aire se vuelve violento y el gallo de la Iglesia, la efigie negra que se vislumbra a lo lejos, empieza a girar y a girar. En aquel momento una de las sábanas del tendedero emprende el vuelo, la veo mientras se aleja y bate sus alas, mientras el humo del tabaco dibuja una niebla azul y amarga.
viernes, 10 de junio de 2011
Hogar, dulce hogar
Hoy estoy indecisa. No sé si adentrarme en el edén de la cocina y perderme en los efluvios de la fruta, o si seguir disfrutando del frescor de este vidrio, aun a riesgo de perder la adherencia y precipitarme a sus aguas. No sé si explorar de lado a lado este salón que se me antoja eterno, recorriendo cada rincón, descansando en cada pared… poniendo a prueba balancines y almohadillas. No sé si alborotar al perezoso Dante para que me regale el azote divertido de su cola. También puedo retirarme al cuarto de baño y olisquear los restos de mi anfitrión, caídos en vaivén sobre el lavabo, o colarme a hurtadillas en su cuarto para saborear las mieles de su piel, lamer el contenido de sus poros y enredarme en algún pelo juguetón. No sé si simplemente deleitarme con la acompasada fricción de mis extremidades mientras espero que él despierte de su siesta. Entonces quizás podamos volver a jugar a las persecuciones, matamoscas en mano.
Concenso
Ella seguramente hubiera hecho lo mismo.
Ahora se alegran de no haber tenido ocasión.